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¡Malas Palabras!

“La comunicación es una habilidad humana que se aprende desde los primeros meses de desarrollo y forma parte de nuestra identidad, el uso de esta depende del contexto y la necesidad que se pretende satisfacer, insultar puede considerarse como una función de la comunicación”


La adquisición del lenguaje y su desarrollo durante los primeros años de vida, ocupan un lugar preponderante en nuestra vida, de ello dependerá la satisfacción de la mayoría de las necesidades primarias, sin un lenguaje el recién nacido seria incapaz de comunicar su necesidad de alimento, su incomodidad al tener sueño, o sentir frio o calor, en los primeros meses el lenguaje es no verbal, sin embargo conforme maduramos este se va sofisticando y especializando. Cualquier adulto puede ser testigo de cómo un pequeño de un año y meses es capaz de convencer a sus padres de ser atendido de cierta manera sin hablar en forma correcta frases que comunicaran situaciones más complejas, este pequeño simplemente señalando y sonriendo podrá comunicar mucho más de lo que logra verbalizar.


Aquí podemos comprender como el lenguaje tiene varios niveles y como este se va desarrollando por medio de la interacción con las personas que nos rodean. Vamos internalizando los significados y el tono afectivo de lo que expresamos, así como de lo que nos es comunicado. Entonces nuestro mundo va adquiriendo sentido, la interacción con los otros se convierte en el modo de encontrar satisfacción, aceptación y sobre todo va determinando quiénes somos, va integrando el núcleo de nuestra identidad. En la comunicación tenemos un nivel digital, que corresponde a lo que se dice. Y el nivel meta comunicativo que tiene que ver con el sentido y significado de lo que se dice, es la capacidad de darle un significado a lo que se dijo, aquí entra el plano afectivo del lenguaje. Al hablar no solo decimos cosas también hacemos cosas, como comprometernos, afirmamos, preguntamos, y entre muchas otras también insultamos o expresamos nuestra molestia. Así como el lenguaje incipiente de un bebe al estar irritado reacciona llorando, y el llanto comunica un afecto además de una necesidad no satisfecha, así un adulto al sentirse frustrado expresara palabras con una connotación afectiva y simbólica que le ayuden a descargar su frustración o a agredir aquello que le afecta. La evolución del lenguaje ha permitido que tengamos palabras especiales para descargar la frustración y la agresión, las cuales se han transformado a lo largo de la historia, de la variación de los contextos en que son empleadas y forman parte de la riqueza de nuestro idioma español. El insulto cumple entonces una función importante en todos los lenguajes, por esta razón las malas palabras o groserías existen en todos los grupos humanos.


La carga semántica única que poseen algunas de ellas no podrían ser expresadas con el sentido afectivo y contextual, por lo que no pueden ser reemplazadas , por ejemplo si nos encontramos en una situación donde alguien realiza una acción que afecta profundamente la integridad física o emocional y además esta acción es manifestación de un descuido, no sería lo mismo expresar “eres una persona descuidada y denotas poca inteligencia” a decirle “eres un pendejo”, aquí vemos como estas palabras sirven como válvulas de escape para la tensión, es decir tienen una acción catártica. Permite la descarga del enojo, la impotencia, la agresión y del dolor, además de que ubican a la persona depositaria del insulto en una situación única y la hacen entender un mensaje sobre su conducta y el impacto de esta. Los lenguajes son entidades vivas por lo que los insultos han evolucionado al paso de los años, una expresión que hace varios siglos era ofensiva no necesariamente ahora sigue siendo, debido a que los contextos sociales se van transformando. Varios siglos atrás se consideraba que una de las características de las clases sociales altas era su hablar culto, diferente del que utilizaban las clases bajas donde las “vulgaridades” eran comunes. Era la forma de hablar del vulgo. Actualmente esto no es tan radical, muchísimas personas independientemente de su clase social tienen un repertorio amplio de malas palabras al expresarse. Esto no denota su clase social sin embargo si denota su nivel educativo y su capacidad de contextualizar su lenguaje. Nuestro lenguaje es muy rico en palabras y expresiones, la educación fortalece la ampliación de nuestro vocabulario. Todas las palabras son validas sin embargo es importante saber donde y cuando utilizarlas.


Los niños pequeños van desarrollando su lenguaje por imitación y poco a poco integran el significado de lo que expresan, a rededor de los 4 o 5 años esta exploración los puede llevar a construir un lenguaje escatológico y soez, el cual generara respuestas diversas en los padres. Adultos que conviven con el niño y sus compañeros de escuela, a esta edad el significado exacto de las malas palabras no es claro, recordemos que la función de toda palabra es generar una respuesta en quien la escucha y de ahí surge el problema cuando la reacción es exagerada o esta matizada por la risa, la burla o el enojo hacia el niño pequeño, para el pequeño la reacción que provoca tendrá un significado especial, y si es aceptado o estimulado esta forma de hablar será incorporada como su estilo de vida y su manera de sentirse aceptado y formar parte de determinado grupo, donde compartirá un lenguaje común. Conforme su desarrollo evoluciona las palabras se utilizaran al igual que los adultos, para darle énfasis a alguna situación. La socialización y la posibilidad de conocer el significado de estas palabras ayudaran a que su uso sea en un contexto adecuado y no una moda o forma de hacerse notar. Las malas palabras o groserías forman parte de la riqueza de nuestro lenguaje, no es posible ignorarlas, ellas estarán cada vez más presentes en muchos ámbitos, tal vez como una forma de hacernos recordar que la frustración y la agresión forman parte de la vida.




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