El Canto como Herramienta Psicoterapéutica para el Desarrollo de Habilidades de Afrontamiento
Por: Ilse Daniela De León Treviño

El desarrollo evolutivo en los seres humanos es continuo y necesario, ya que este nos permite indagar sobre las distintas partes en que se lleva a cabo el proceso integral del mismo. Existe una amplia gama de información sobre los procesos de desarrollo en la infancia y adolescencia, pero hay poco en lo que corresponde al hablar de la pubertad. Del latín “pubere” que significa pubis con vello.
Es un fenómeno biológico muy complejo a través del cual se desarrollan los caracteres sexuales secundarios, se obtiene la maduración sexual completa y se alcanza la talla adulta. La regulación del inicio y mantenimiento de la pubertad depende de una compleja interrelación entre genes y otros factores reguladores tales como la nutrición, toxicidad ambiental, ciclos de luz/oscuridad y situación psicosocial. El inicio de la pubertad tiene que ver con el aumento en el número y la amplitud de los picos de secreción de hormona liberadora de gonadotropinas (GnRH) por parte de las neuronas hipotalámicas productoras de GnRH que a su vez se encuentra regulado por una compleja red de genes que codifican proteínas capaces de producir cambios transinápticos. De forma que se considera desarrollo puberal normal a aquel que acontece entre los 8 y 13 años en niñas y entre los 9 y 14 años en niños. Tomando en cuenta estos cambios generales que ocurren durante el periodo puberal en el cerebro del infante.
Según Levine (2016,4), “el trauma no está en el suceso en sí, más bien, el trauma reside en el sistema nervioso” y sucede cuando una experiencia nos pasma de forma completa e imprevista, y puede que nos abrume, nos altere o nos desconecte de nuestro cuerpo y por ende de nuestra existencia misma. Nuestros mecanismos de afrontamiento se debilitan o se destruyen, y nos desestabilizamos, mientras que nuestros mecanismos fisiológicos comienzan a prepararse para apechugar o huir, y aparecen sensaciones como el miedo. Joseph Le Doux, de la Universidad de Nueva York, y autor de El cerebro emocional, lo asemeja a un sistema de alerta temprana que advierte y prepara al cuerpo para el peligro, si el trauma se instaura, la corteza frontal se incapacita y la amígdala cerebral se torna volátil y surge el estrés (o estrés post traumático).
El trauma tiene bases neurobiológicas, sin embargo, estas no son las únicas causas, las experiencias traumáticas se hacen presentes desde la infancia, generando heridas que se acrecientan y/o agudizan cuando surgen detonantes como accidentes y caídas, procedimientos médicos y quirúrgicos, actos/ataques violentos, pérdidas, factores ambientales/sociales, o causas desconocidas. Ante esto, surgen reacciones universales (señales y síntomas) que son detectables a la hora de descifrar si el trauma dejó instaurada su huella neurológica/emocional: 1.- La hiperactivación, que se puede manifestar a través de ataques de pánico y fobias, llanto frecuente, pesadillas y terrores nocturnos, inquietud, sensibilidad a la luz y al sonido, respuestas de sobresalto inesperado entre otros; y 2.- La constricción, disociación y parálisis/inmovilidad, las cuales pueden surgir a través de dolores de cabeza o estómago, juegos repetitivos, sentimientos de vergüenza, culpa o impotencia, comportamientos de evitación etc.
Cuando esta lista sintomatológica se hace presente, conectamos con una parte del cerebro que es primitiva (llamado cerebro reptiliano) que se enciende y nos protege de los peligros, nos coloca en modo de supervivencia y nos puede impedir desarrollar la capacidad de homeostasis. Ventajosamente, tenemos una red neuronal dispuesta para conectar con nuestro cerebro límbico (emocional) y la neocórtex, a fin de los canales de información se restablezcan y se logren resignificar los eventos traumáticos que se presentan. Es aquí donde las palabras tienen una poderosa influencia sobre nuestra capacidad para impedir o facilitar la sanación.
A lo largo de la historia las personas hemos hecho uso de la voz para poder entender, expresar y comunicar todas aquellas situaciones que acontecen nuestro día a día, incluso las traumáticas. Desde tiempos remotos nuestros antepasados por necesidad o azares del destino, han hecho uso de la misma a través de la vociferación, de la aparición de sonidos guturales, de los cuáles, durante la historia de la humanidad y desde que nacemos los ejecutamos para manifestar las propias necesidades o carencias… “es un impacto del aire que llega por los oídos al alma”, menciona Platón, a fin de que podamos cubrirlas y abastecerlas de manera oportuna por nuestros cuidadores directos, nuestra madre/padre.